Los problemas son simplemente
situaciones en las que se nos desafía a combinar las herramientas adquiridas a
través del aprendizaje y la experiencia, junto con la capacidad de incorporar
nuevas distinciones. Así sorteamos ese desafío que nos pone en un nuevo nivel a
la espera de otro desafío para seguir creciendo como personas o equipo. Los
problemas van a aparecer siempre y bienvenidos son porque indican que estamos
vivos. Sólo los muertos no tienen problemas.
Aceptar que renunciar a la
autosuficiencia para poder avanzar en nuestras metas y objetivos es de
inteligentes. También es de inteligentes ser prácticos a la hora de buscar las
mejores opciones y no andar llevando nuestros problemas a cualquier parte o buscando
socios "ancla" que nos terminen estacando en la queja
improductiva.
Es bueno al menos saber
primero con quiénes NO debo hablar de mis problemas.
1) No debería hablar de mis
problemas con quien nos dice lo que queremos oír. Es una pérdida de tiempo. Un
oído complaciente puede parecer un alivio momentáneo, una descarga ficticia,
pero difícilmente nos dé alguna llave para lo que que queremos, y si no
solucionamos lo que necesitamos, la sensación de frustración va a a ser más
densa por que seguramente existe un plazo que se habrá acortado y la presión
aún mayor.
2)) Tampoco debería hablar
con quien se puede meter en nuestros secretos y debilidades para usarlos luego
en nuestra contra o como extorsión. Debemos proyectar en el futuro que nuestra
relación con esa persona no quede condicionada a lo que pueda hacer con la
intimidad que conoce de mí.
"Sobre toda cosa
guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida" nos dice el creador en su palabra escrita.
3) No debo hablar
conmigo mismo (!!??) Sí, así es, en primer lugar porque difícilmente llegue a
ser tan sincero, íntegro y honesto, como para evaluarme y admitir mi
protagonismo y responsabilidad en la situación en la que me encuentro. Hay una
frase de Einstein que dice algo así como que "no podemos resolver problemas pensando de la misma
manera que cuando los creamos".
Entonces
¿con quién me conviene hablar de mis problemas?
Primero lo
mejor es hablar a solas con Dios, sincerarse presentando al mayor de los
detalles el problema, y si en ese proceso de hablar comienzan a salir a la luz
en la mente las responsabilidades propias del caso, asumirlas, así como también
reconocer los errores. Esta práctica es como poner un reflector más potente que
el sol en mi situación, arrojando luz sobre los rincones y habitaciones más
escondidas de mi corazón. En ese momento también saltará a la vista qué partes
de mí deben ser sanadas, limpiadas y corregidas. Cuando las personas hablamos
de integridad, solemos mentirnos, es parte nuestra naturaleza imperfecta. Aún
más solemos mentir al resto, porque no nos evaluamos de manera justa. La cosa
cambia rotundamente cuando es Dios el que nos evalúa.
El
siguiente paso es buscar ayuda en personas, mentores o compañeros que tengan
antes que nada madurez espiritual y discernimiento. Que tengan frutos, que son
resultados, en todas las áreas de su vida, tanto en lo interno (amor, gozo, paz, paciencia, benignidad,
bondad, fidelidad, mansedumbre
y dominio propio), como en lo externo (salud, familia y finanzas). Ese tipo de
personas saben hacer una escucha activa, abandonan la actitud de consejero
basado en la experiencia, para ayudar acompañando a descubrir las herramientas
y estrategias más convenientes para lograr el resultado deseado.
Hay una coordenada clave en el Salmo 26 que dice:
"Hazme justicia, oh SEÑOR, porque yo en
mi integridad he andado, y en el SEÑOR he confiado sin titubear. Examíname, oh SEÑOR, y pruébame; escudriña mi mente y
mi corazón.…"
La canción que sugiero en este día para hacer running:
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