Cada persona proyecta una determinada luz, que puede ser débil, fuerte, difusa o enfocada. Depende de la relación con la fuente de toda luz. Imagino que si varias personas se juntaran y se pusieran de acuerdo en buscar a la fuente mayor de poder, para luego proyectar esa luz como un láser en los corazones, tendría un efecto vivificante tremendo.
Una persona encendida por el poder del Espíritu de Dios adquiere revelación, habilidades, talentos y conocimientos, de manera repentina, incluso algunas veces sin haberlo estudiado o aprendido intelectualmente.
Algo así sucedió conmigo cuando fui por primera vez a un retiro espiritual con el equipo de una iglesia cristiana. El primer día estaba tan a la defensiva, tan malhumorado, incrédulo y desconfiado que no pude estar consciente en el presente como para disfrutar de la amabilidad y las atenciones de las personas que nos sirvieron en ese evento.
Recién al segundo día empecé a sentir que mi corazón se empezaba a ablandar y a abrir. Pude perdonar y perdonarme de algunos de los tantos errores que había cometido en mi vida. Tanto daño que me hice a mí mismo y a otras personas, que habían generado un remordimiento que los cargaba como en una mochila invisible, de tanto peso que me llegaba a encorvar.
Reconocí que estaba quebrado y vacío. Un vaso viejo, raspado por el rencor, opaco por el orgullo, cegado por el ego. Me dí cuenta que vivía una falacia estructurada de complacencia social, falsa reputación de un yo proyectado sin color, sin esencia.
Pero al tercer día las cosas cambiaron. Fui lleno en un instante de una sensación indescriptible de poder, de sabiduría porque como que cayeron escamas de mis ojos. No se trataba de conocimiento intelectual, ni teología, ni religión. Era Jesús, hecho fuego, en cada célula, cada partícula de mi ser, revolucionando, agitando, poniendo en marcha mis átomos muertos o dormidos. Activó sensores y canales en mi conciencia que comenzaron a sintonizar la dimensión espiritual.
Es el espíritu que da vida, como experiencia personal, simplemente porque creí.
Y eso no quedó allí, porque sometí mi voluntad a hacer crecer en forma de amistad, esta relación naciente con Dios, con demoras, con tropiezos, pero constante.
¿Lo que pensé? esto es totalmente nuevo, podría perder mi identidad, mi historia, lo conocido (malo, pero conocido.
¿Lo que sentí? una alegría intensa, paz, ganas de llorar de felicidad, sorpresa y dosis potentes de conocimiento
¿Lo que decidí hacer? creer, confiar y recibir esta promesa:
De pronto, oyeron un ruido muy fuerte que venía del cielo. Parecía el estruendo de una tormenta, y retumbó por todo el salón. Luego vieron que algo parecido a llamas de fuego se colocaba sobre cada uno de ellos. Fue así como el Espíritu Santo los llenó de poder a todos ellos, y enseguida empezaron a hablar en otros idiomas. Cada uno hablaba según lo que el Espíritu Santo le indicaba. (Hechos 2:2-4)
Sobre el autor: Francis Lenguaza cuenta con más de 20 años de experiencia en gerenciamiento en empresas líderes en los sectores de energía, telecomunicaciones, plásticos, retail, maquinarias y network marketing. Es coach ontológico y actualmente colabora con personas y equipos en la determinación de identidad, metas, propósito, plan de vida y negocios. Comprometido con Sonia Penayo, quien es Contadora Pública Nacional, con certificación de la International Coach Federation y se desempeña como analista en el sector banca y finanzas. Ambos aman y siguen el modelo de liderazgo de Jesús y aplican herramientas de coaching en la enseñanza de la palabra. Para solicitar sesiones de coaching y conversaciones podés contactarnos en coachingyproposito@gmail.com
Muy interesante su comentario. Me trajo algunos recuerdos. Gracias por compartir.
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