Pedro Lagos por primera vez en su vida espió casi sin querer lo que había debajo de la superficie de la piel. Y no de la mejor manera, porque fue a través de la ansiedad. De pronto las murallas que creían que lo protegían, eran transparentes. Se sintió vulnerable, al borde de un abismo.
Cuando necesitó apelar a las lealtades, se dio cuenta que que no había invertido nada y no obtendría dividendos. La empresa que había heredado de su padre, le sirvieron como escuela de vida tanto para la administración férrea de los de recursos económicos como de las personas. Abusó del factor que condiciona a la mayoría de de los empleados: el temor.
Pedro Lagos pudo construir la imagen de autoridad que tanto lo obsesionaba. No se convirtió en un déspota ni en un colérico abusador, más bien, desde su sobrio despacho utilizó su inteligencia para dejar en claro que siempre estaba al tanto de todo y para el humor mas bien sarcástico.
¿En qué momento cambió todo? se preguntó. Contaba sin dudar con Ramiro, su mejor hombre en la etapa de expansión de la compañía, por eso había hecho semejante inversión. Pero Ramiro tenía otros planes, se sentía listo para empezar su vuelo emprendedor y lo dejó plantado. No pudo apelar a su corazón. Ahora todos le contestaban con el bolsillo
Pedro Lagos ahí se dió cuenta que no había invertido en la relación con las personas. Cuando desapareciera el dinero o el miedo, estaría absolutamente sólo. Incluso sus hijos manejaban el lenguaje de intercambio de amor por dinero. No tenían la culpa, él mismo les había dado a entender ese lenguaje de amor.
Con su mente prodigiosamente trabajada, sabía los modos corteses como las chicanas. Era un tiempista que nunca quedaba en evidencia, pero esto, esta sensación nueva, no podía identificarla en el cuerpo, no era un dolor físico. Era como esas comezones en las que uno no sabe bien donde debe rascarse. Miró sus manos, pensó que estaba formado por partículas y a la vez por átomos y que esos átomos se mantenían juntos sólo mientras existiera. Y él existiría sólo si hay testigos, si alguien sabe que existe. Se estaba dando cuenta que nadie pensaba en él, y casi como una alucinación sentía que sus manos se desintegraban.
No podría obligar a las personas a que lo amen, ni le sean leales ¿qué podría hacer entonces?
Esta vez no podía hacer nada. Tendría que dejar de evaluar la situación en términos productivos y de acciones. Esta vez debía decidir SER.
Eligió como punto de partida, una revelación tan simple como la calcomanía de la luneta del auto de adelante que esperaba en el semáforo:
Si no tengo amor, de nada me sirve hablar todos los idiomas del mundo, y hasta el idioma de los ángeles. Si no tengo amor, soy como un pedazo de metal ruidoso; ¡soy como una campana desafinada! (1 de Corintios 13)
Sobre el autor: Francis Lenguaza cuenta con más de 20 años de experiencia en gerenciamiento en empresas líderes en los sectores de energía, telecomunicaciones, plásticos, retail, maquinarias y network marketing. Es coach ontológico y actualmente colabora con personas y equipos en la determinación de identidad, metas, propósito, plan de vida y negocios. Comprometido con Sonia Penayo, quien es Contadora Pública Nacional, con certificación de la International Coach Federation y se desempeña como analista en el sector banca y finanzas. Ambos aman y siguen el modelo de liderazgo de Jesús y aplican herramientas de coaching en la enseñanza de la palabra. Para solicitar sesiones de coaching y conversaciones podés contactarnos en coachingyproposito@gmail.com
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