En el año 1994 me incorporé a una empresa familiar muy ambiciosa y entusiasta, que se dedicaba a distribuir en la región mesopotámica de Argentina, materiales para instalaciones eléctricas. Los dueños, tremendos emprendedores, decidieron incursionar en el campo de las telecomunicaciones y la informática, animados por la desregulación del sector y la gran ola tecnológica que se percibía inminente. Hasta el año 1999 el crecimiento fue extraordinario y yo, como manager de algunos de estos nuevos segmentos de negocios participé activamente en esa etapa, que posicionó como líder referente a la flamante empresa en esos rubros tan nuevos, dinámicos y atractivos. Pero en ese año, como si fueran chamanes de alguna tribu milenaria, los jefes de la familia propietaria del negocio empezaron a percibir rastros de una crisis inminente, señales de recesión y problemas en la macroeconomía. Con la misma valentía y firmeza con la que se encararon la innovaciones para el crecimiento, se pusieron en ma
A mis hijos y generaciones venideras, el legado más importante: que Cristo sea su fundamento, para que sus mentes se renueven y no se amolden al mundo