Hay distintos tipos de ceguera, pero seguramente la más común la hemos padecido todos al menos en algún momento. Se trata de la ceguera de discernimiento, que es un estado de necesidad, por eso hasta que no reconocemos que padecemos de ella, no podemos ser curados. La obstinación, el temor, la vanidad y el orgullo son las distintas capas de velo sobre velo que se posan en nuestro entendimiento hasta hacernos andar a tientas o guiados por voces engañosas que nos hacen errar al blanco. La ceguera de discernimiento puede convertir a una mente perseverante y superadora en infructuosa y necia. Una mente no transformada tratando de entender lo espiritual, inevitablemente va a tener una percepción equivocada de Dios. En cambio la mente transformada, la de un hombre que ha vuelto a nacer, reconociendo que debe reeducar su mente y su espíritu, es capaz de percibir lo sobrenatural y convertir su entorno. Dios respalda a quien se pone en acción en ese sentido y derrota los imposibles. La v
A mis hijos y generaciones venideras, el legado más importante: que Cristo sea su fundamento, para que sus mentes se renueven y no se amolden al mundo