En el año 1994 me incorporé a una empresa familiar muy ambiciosa y entusiasta, que se dedicaba a distribuir en la región mesopotámica de Argentina, materiales para instalaciones eléctricas. Los dueños, tremendos emprendedores, decidieron incursionar en el campo de las telecomunicaciones y la informática, animados por la desregulación del sector y la gran ola tecnológica que se percibía inminente. Hasta el año 1999 el crecimiento fue extraordinario y yo, como manager de algunos de estos nuevos segmentos de negocios participé activamente en esa etapa, que posicionó como líder referente a la flamante empresa en esos rubros tan nuevos, dinámicos y atractivos. Pero en ese año, como si fueran chamanes de alguna tribu milenaria, los jefes de la familia propietaria del negocio empezaron a percibir rastros de una crisis inminente, señales de recesión y problemas en la macroeconomía. Con la misma valentía y firmeza con la que se encararon la innovaciones para el crecimiento, se pusieron en marcha las restricciones de gastos y los ajustes necesarios para proteger la empresa, a tal punto que a pesar de encontrarse económica y financieramente viable, se tomó la dura decisión de realizar el concurso preventivo de acreedores. Era una medida que golpeaba más que nada el ego, el orgullo de los que amábamos a esta firma, porque construimos un prestigio y ahora debíamos admitir ante proveedores y clientes que estábamos en problemas. Teníamos información de empresas competidoras y amigas que estaban más frágiles, pero priorizaban el status, no estaban dispuestas a ir a una quiebra concursada. Llegó el año 2001 y una crisis arrasó con cientos de empresas que no hicieron su reestructuración a tiempo. Nuestra empresa tuvo cobertura legal y la comprensión de nuestros proveedores, que a pesar del enojo de algunos al principio, priorizaron nuestra honestidad y prudencia. Cuando empezó a calmarse la tormenta económica mas dañina de nuestra historia económica, nuestra empresa se encontró con un mercado reactivado, con amplias perspectivas y sin competidores serios a la vista. La empresa tuvo un crecimiento extraordinario gracias a haber aprendido y sorteado esa crisis. Otros no tuvieron la misma suerte.
Como hombre empresa debemos tener presente que sólo los habitantes del cementerio están exentos de vivir temporadas de crisis. Aprendí que la crisis, viene porque hay cambios, algo quiere dejar de ser para nacer otra cosa. Y de acuerdo a la buena actitud que uno tome, puede salir muy beneficiado y crecido. El tiempo de crisis es tiempo de espera. Es tiempo de valerse de los recursos, fortalecimientos y aprendizajes obtenidos en las épocas de bonanzas. También es tiempo de confiar en Dios. Salirse de la zona de confort, para caminar en aguas nuevas y desconocidas, requiere una buena cuota de fe. La crisis, no necesariamente implica sufrimiento. El sufrimiento es un estado emocional durante una prueba en la que el carácter está siendo moldeado por medio de las presiones. Hay un diferencia abismal entre quien tiene a Dios al comando de su vida y quien no. Quien confía en Dios tiene la certeza de que la ayuda está en camino, sabe que la situación incómoda va a terminar y que todo es parte del aprendizaje que conduce al propósito. El siempre nos oye, a veces la respuesta demora porque no es el tiempo perfecto de maduración. En la biblia, el salmo 40 cuenta como el rey David, desesperado, sintiéndose atrapado, enfocaba sus fuerzas en la espera paciente. Y esto no es poco, porque lo contrario a la espera paciente, es la desesperación, una parálisis sin esperanza.
Te aliento a que en las temporadas de pruebas para tu vida y tu carácter, tu corazón tome aliento, porque eso tiene como recompensa la herencia de la tierra, esperá con paciencia, y cuando pase la tormenta, te vas a sentir como un águila, con nuevas alas, con fuerzas nuevas para correr y caminar sin cansarte.
Las palabras crean pensamientos, y los pensamientos crean acciones. Algunas acciones son muy simples pero tan poderosas que pueden llegar crear un mundo totalmente nuevo para tu vida. Esta vez la acción consiste en decir algunas palabras y por eso te invito a hacer la siguiente declaración en voz alta:
Dios de los cielos, hoy entiendo que mi necesidad es recibir tu misericordia y tu verdad, porque ella es la que sostiene y preserva mi vida. Tú eres mi descanso. No sólo espero en Ti, sino que te espero a Ti. Eres mi ayuda y libertador, no tardes. Tu presencia llena mi necesidad. En el nombre de Jesús. Así sea
Sobre el autor: Francis Lenguaza cuenta con más de 20 años de experiencia en management en empresas líderes en los sectores de energía, telecomunicaciones, plásticos, retail, maquinarias y network marketing. Es coach ontológico y actualmente colabora con personas y equipos en la determinación de identidad, metas, propósito, plan de vida y negocios. Comprometido con Sonia Penayo, quien es Contadora Pública Nacional, con certificación de la International Coach Federation y de desempeña como analista en el sector banca y finanzas. Ambos aman y siguen el modelo de liderazgo de Jesús.
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