El máximo nivel de excelencia se da cuando representamos correctamente a la embajada del Reino.
Uno deja de tener expresiones, actitudes y pensamientos rastreros o mundanos, y empieza a elegir cuidadosamente las expresiones, son en nombre del Rey de reyes y Señor de señores.
Ese rey es fundamentalmente Santo. Y quien quiera ser ciudadano de ese reino, debe moldear cuidadosamente ese rasgo, el de la santidad.
En la dimensión espiritual ya está en proceso de venida un cielo y tierra nuevas. Los que anhelamos ser parte de eso nuevo, esperamos con expectativa y paciencia, mientras nos vamos transformando por medio de Cristo, siendo principalmente educados en el carácter.
Todo lo material y natural que percibimos con los sentidos ahora, ya sea edificios, objetos y obras, está destinado a desaparecer y ser destruido. Es necio aferrarse a ellas o hacer nuestro depósito de esperanza o bienestar. Hay que aferrarse a Dios, que es amor, y así poder dar amor a las personas.
Y esta realidad nueva va a suceder de un momento a otro.
Ya hay señales que se empezaron a manifestar en el mundo visible, traídas desde el reino sobrenatural por Jesús. Estas señales, que siguen a los que creen, se ven por medio de milagros que fluyen a través de la Iglesia, en forma de sanidades de enfermos, salvación de los errantes, promoción de la justicia y el derramamiento del Espíritu Santo en el pueblo.
El precio de ser ese embajador del Reino, es desear sinceramente que se haga la voluntad de Dios y su propósito, en uno mismo, en la familia y en el entorno. Su voluntad es un plan eterno.
Esta voluntad se revela en las escrituras y confirma su dirección el Espíritu Santo al corazón del creyente. Seguir esa voluntad implica una tarea diaria y sostenida, que es renunciar a cada paso guiado por el propio ego, la falsa independencia y el temor. Los sistemas del mundo están predominantemente diseñados para distraer, engañar y falsear la verdadera identidad y propósito de las personas. Por eso la mayoría no tiene visión de propósitos eternos, porque abandona la voluntad de Dios para someterse a planes que nunca satisfacen ni van a perdurar dando buenos frutos.
Conocernos es tomar conciencia de nuestra espiritualidad. Y una espiritualidad que llega a buen puerto es la que es conducida por Cristo. Sólo así es posible estar alienado a la voluntad perfecta y eterna de Dios. Y esto es verdaderamente crucial, no solamente porque nos conviene en el sentido de paz y bienestar, sino también porque en ese Reino, la justicia del Rey es implacable, no hay tolerancia con la maldad y la ofensa. No hay forma de que seamos tan perfectos como para salir indemnes de semejante estándar de justicia. Nadie puede ser lo suficientemente recto, íntegro o sabio como para afrontar semejante juicio por propia cuenta. Sólo con Cristo, mansas, humildes ovejas de su rebaño, atentos oidores de su palabra. Ningún soberbio o vanidoso puede ser oveja, porque es incapaz de oír y creer las palabras de su pastor. Esos afrontarán el juicio por su cuenta y sabemos como les irá.
El hombre es tan necio y vanidoso! Le tiemblan las patitas ante un juez de faltas nomás, por una multa de tránsito, y aún así piensa que podrá defenderse sólo, en el juicio ante el trono de Dios, sin tener a Cristo como abogado.
Nada en esta dimensión natural, vale la pena ser anhelado con pasión. Lo único que debemos anhelar es el soplo de Su espíritu en nosotros que es lo que nos conducirá en el camino de la vida que nos lleva de nuevo a nuestro Padre.
Hasta pronto. Que tengas una fructífera y bendecida jornada.
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