La razón por la cual las relaciones se desintegran es porque las personas reaccionan el uno al otro a nivel de sus mentes en lugar de con su corazón. Cuando alguien te dice, “Me siento deprimido”, escuchalo, es legítimo. Cuando alguien te dice, “No siento que esto sea lo correcto para hacer, y me parece que debemos hacerlo de esta otra forma”, escuchalo. El amor del corazón comienza con entender por qué otros sienten de la forma que lo hacen. Hacé preguntas, y escuchá. Escuchá el dolor, buscá cuál es el problema, y conocé qué es lo que hace reaccionar al otro. Necesitamos entender los estados de ánimo de las personas más cercanas y por qué actúan de la forma que lo hacen. Si te importa, estarás atento. La Biblia por eso enseña educación emocional: “Es justo que yo piense así de todos ustedes porque los llevo en el corazón.” (Filipenses 1:7a NVI)
Y siempre, siempre, la motivación para todo debería ser el amor. Es la única fuerza capaz de transformar. La falta de amor se percibe y desconecta. Sin amor todo carece de sentido. Ponele amor a todo.
Algunos de los que corrimos a los brazos de Dios experimentando su verdadero amor, hemos cancelado nuestro amor hacia mundo, volviéndonos insensibles, duros y desconfiados. Quizás es hora de desaprender esa forma de relación y empezar a dar ese amor que tanto hemos recibido del padre. Es que el amor que no se da, no fluye, no vive, se estanca y se convierte en otra cosa.
Y siempre, siempre, la motivación para todo debería ser el amor. Es la única fuerza capaz de transformar. La falta de amor se percibe y desconecta. Sin amor todo carece de sentido. Ponele amor a todo.
Algunos de los que corrimos a los brazos de Dios experimentando su verdadero amor, hemos cancelado nuestro amor hacia mundo, volviéndonos insensibles, duros y desconfiados. Quizás es hora de desaprender esa forma de relación y empezar a dar ese amor que tanto hemos recibido del padre. Es que el amor que no se da, no fluye, no vive, se estanca y se convierte en otra cosa.
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