Han ocurrido tragedias en medio de campañas épicas, aún cuando se tuvo todo calculado, tiempo, recursos y demás previsiones al milímetro (1).
Aunque al momento de emprender alguien tenga la idea, la visión, el entusiasmo, algo de recursos y el respaldo de Dios, no tendrá garantías de que las cosas no se saldrán de control en algún momento. En realidad todo yugo se vuelve más liviano cuando entendemos que no podemos controlar nada. Todo en el universo se sostiene por SU palabra.
Aquellos que no le guste nuestra marcha, porque corren el riesgo de quedar en evidente off side en el equipo de la mediocridad, seguramente se levantarán con amenazas y acechos.
A los que estemos dejando porque no vamos para el mismo destino pueden decirnos: -"ya vas a necesitar de nosotros".
Todo ese vocerío inútil que no edifica, impide que nos despleguemos como personas, apagua nuestros dones, o nos adormece en nuestra zona de confort conocido, para ahogarnos de a poco en una vida ritualista, religiosa, apática y anónima.
Pero no hay vuelta atrás cuando Dios nos revela el propósito de nuestra vida y nos dirigimos hacia él enfocados y determinados. Hay que quemar las naves. Tenemos sólo algunos años acá en la tierra, y de acuerdo a los frutos que demos o no, rendiremos cuenta al dueño de toda la creación.
Necesitamos madurar suficientemente la confianza propia y en los demás para poder emprender grandes cosas. Porque los sueños de Dios empiezan en un hombre, pero impactan e involucran a multitudes.
Hasta dónde puede llegar uno en la empresa particular de las realizaciones en la vida terrenal? Hasta el tope de nuestro nivel de confianza. No se puede hacer más que lo que nuestro nivel de confianza lo indica.
El hombre duda. Es su principal debilidad y demora. Por eso su confianza va a crecer si su fe es grande. Y una fe es grande cuando la mirada está puesta en Cristo y no en las tormentas alrededor.
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