La lógica y
a incredulidad son parientes y se parecen en que son aburridas, previsibles y
nunca hacen milagros.
Se parecen a
las personas que dejan de tener actitudes de niño: se vuelven mecánicos,
religiosos, estructurados, serios, obsoletos, incompletos, en fin, amargados,
creyendo que la vida es estar al resguardo de supuestas certezas.
He visto
“certezas” caerse a pedazos (imperios, modas,
ideologías, filosofías).
Fijate como
reacciona el rey Herodes en la historia del nacimiento de Jesús. Nunca había
sentido tanto temor por un enemigo como por un niño.
Una persona
durante los primeros años de su vida aprende cosas impactantes: caminar,
hablar, relacionarse. Pero si se conformara con eso se perdería muchas otras
cosas aún más fascinantes como leer, pintar, componer música, conocer el amor
de una mujer, los hijos.
Es como
lograr ingresar a la universidad y no ser capaz de esforzarse continuamente
para terminar la carrera. No hay recompensa, no hay nada si no se continúa.
Lo mismo
puede pasar en nuestra relación con Dios. Los que tuvimos una experiencia o
milagro pensamos que somos expertos o que es el punto máximo.
Error, así
sólo nos vamos a dar de narices contra la pared por cabeza dura y soberbios,
por amarretes espirituales. Lo mejor de nuestras vidas todavía no se manifestó,
va suceder después que hayas pasado pruebas y aguantado cosas.
José esperó
y soportó treinta años de hostilidad para ser gobernador. Jesús tuvo su llamado
a los doce años y a los treinta empezó su ministerio. Ese tiempo es el de
preparación, entrenamiento y templanza del carácter.
Cuando tenés
corazón y actitud de niño, reaccionamos ante una palabra o la música con
fascinación y curiosidad. Cuando dejás de ser así aunque venga un pofeta y haga
volar gente por los aires no dejas postura crítica y cuestionadora.
Revisate
campeón. Puede ser que estés vacío o peor aún, que estés lleno de otras cosas
que no dejan lugar a la actitud de alegría, sorpresa y aprendizaje de un niño.
La actitud
de niño, que ignora a los prejuicios y a la lógica te hace sortear las crisis
económicas, las enfermedades, el temor y hasta la muerte.
El niño si
tropieza, se lastima, se raspa y hasta llora un poco, pero no para, sigue
jugando, aunque llueva o haga frío. El adulto toma todas las mañas: “que no me gusta
esa música” “por qué me mira así” “yo tengo mis propias formas y nunca voy a
cambiar”.
Un niño con
un carrito de madera, una pelota o una bici desborda felicidad. Al adulto si le
regalás una Ferrari igual se amarga porque consume mucha nafta o tiene miedo
que se lo rayen.
Te invito a
vaciar tu corazón de la amargura. Sanate hoy mismo en intimidad con Dios. Como
hizo Jesús, que luego de perdonar, se apartó a morir en la intimidad de la cruz
en las manos de su padre y no entre los que estaban llenos de odio y amargura.
Mateo
18: 1 al 6
"En ese momento los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron:
—¿Quién es el más importante en el reino de los cielos?
2 Él llamó a un niño y lo puso en medio de ellos. 3 Entonces dijo:
2 Él llamó a un niño y lo puso en medio de ellos. 3 Entonces dijo:
—Les aseguro que a menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos.4 Por tanto, el que se humilla como este niño será el más grande en el reino de los cielos.
5 »Y el que recibe en mi nombre a un niño como éste, me recibe a mí. 6 Pero si alguien hace *pecar a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran al cuello una gran piedra de molino y lo hundieran en lo profundo del mar. "
5 »Y el que recibe en mi nombre a un niño como éste, me recibe a mí. 6 Pero si alguien hace *pecar a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran al cuello una gran piedra de molino y lo hundieran en lo profundo del mar. "
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