Esperamos todo el año por el aguinaldo, con
razonamiento no muy matemático imaginamos las cosas con muchas “Y” (cambiar el
auto “y” arreglar la casa “y” viajar de vacaciones “y” hacer una gran fiesta de
fin de año “y” comprarnos muchos regalos). Al final cuando los magros billetes
están en nuestras manos obligadamente debemos cambiar las “Y” por “O”. Llegan
entonces las cruciales preguntas que no queríamos hacernos: ¿por esto trabajé
tanto? ¿tiene sentido mi vida? ¿estará cerca la muerte? ¿la debo ignorar?
¿dónde está la sabiduría? ¿qué lugar ocupa Dios en mi vida?
Salomón, el rey más rico y exitoso de todos los
tiempos, en su búsqueda de la felicidad y sentido de la vida reflexionaba:
“¿Qué provecho tiene el hombre de todo su
trabajo con que se afana debajo del sol? Generación va, y generación va,
generación viene; mas la tierra siempre permanece. Sale el sol, y se pone el
sol, y se apresura a volver al lugar de donde se levanta. El viento tira hacia
el sur, y rodea al norte, va girando de continuo, y a sus giros vuelve el
viento de nuevo…No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que
sucederá habrá memoria en los que serán después” (Eclesiastés 1:3-11)
Sin relación con Dios, nos atormentamos,
giramos sobre nuestras fuerzas, sobre nuestras ideas y nos cuesta ver las
salidas. Recién cuando descubrimos el amor de Dios por nosotros viene el alivio
a esa sensación de vacío e inutilidad. Se abre la vía hacia una vida con
propósito, la sabiduría y la alegría en el trabajo. Son valores relativos dados
por Dios para nuestro bien con la condición que no sean la obsesión principal
de nuestra vida.
“Porque ¿qué tiene el hombre de todo su
trabajo, y de la fatiga de su corazón, con que se afana debajo del sol? Porque
todos sus días no son sino dolores y su trabajos molestias; aún de noche su
corazón no reposa. Eso también es vanidad…Porque al hombre que le agrada, Dios
le da sabiduría, ciencia y gozo, mas al pecador da trabajo de recoger y
amontonar, para darlo al que agrada a Dios. También esto es vanidad y aflicción
de espíritu” (Eclesiastés 2:22-26)
Entonces, siempre hay tiempo para poner un
freno de mano y re-definir rumbo. El tiempo no se puede recuperar pero
solamente con una decisión podemos determinar que lo que viene sea mucho mejor
que lo que fue. Esa re-definición debería estar signada por una intensa
búsqueda del verdadero propósito por el cual fuimos diseñados por nuestro
creador. A cada uno nos fue dada una semilla, la individualidad misma, un don
único y extraordinario que el mundo tratará de ahogar, impedir y ridiculizar
para cambiarlos por trabajos y roles estandarizados. Cuando descubramos ese don
y lo usamos con su propósito, las batallas no nos costarán tanto y las cosas
tendrán sentido.
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