La historia está llena de hombres comunes que han manifestado poder de la manera más estruendosa. Se los ha llamado elegidos, iluminados y hasta suertudos. Lo cierto es que Dios ha concedido a sus hijos la autoridad para crear y construir poder, porque los hizo a su imagen y semejanza.
Esa cualidad el hombre la perdió en el primer Edén, por haber dañado voluntariamente su ADN perfecto por el pecado de la rebeldía renunciando a la ciudadanía del reino de los cielos.
Pero nos está permitido volver a solicitar esa ciudadanía con todos los atributos y privilegios, pero también con la responsabilidad que eso implica.
Si permitimos que el Espíritu Santo sea el comandante de nuestras decisiones, podemos crecer ilimitadamente y armónicamente en todos los aspectos de nuestro ser. Ya sea en salud, inteligencia, finanzas y hasta en la evidencia de poder sobrenatural a través de milagros.
El desarrollo de la mano de Dios nace en el principio de la integridad y se va desarrollando de manera balanceada. No permite distorsiones o malformaciones como lo permite el fallido sistema cultural.
No permitirá el crecimiento de mis finanzas si no estoy maduro en el manejo de las emociones. O no permitirá una salud completa si aún me niego a perdonar. Estos son sólo un par de ejemplos.
Cuando más rápido lo entendamos, mejor aprovechamiento haremos de esas algunas docenas de años que disponemos en la tierra, siendo más felices, más fructíferos, más evolucionados.
El apóstol Pedro fue un testigo imperfecto de Jesús. Armado sólo con lo que vio, creyó y vivió, se dispuso a vivir en integridad contándolo a cuánto pudiera. La fe en movimiento. No se enredó en teologías ni filosofías. Estaba parado en la roca firme. Y sólo por pasar en algunos lugares ya sucedían milagros y miles decidían cambiar rotundamente sus vidas. Rotundamente.
Sin embargo, Pedro le dijo: «No tengo oro ni plata, pero te voy a dar lo que sí tengo: En el nombre de Jesucristo de Nazaret, te ordeno que te levantes y camines.» (Hechos 3:6)
Lo que pienso: que Dios ha prometido una herencia de poder y autoridad para mi vida.
Lo que siento: entusiasmo y esperanza.
Lo que decido hacer: creer, esperar pacientemente y detectar las fisuras en mi integridad.
Sobre el autor: Francis Lenguaza cuenta con más de 20 años de experiencia en gerenciamiento en empresas líderes en los sectores de energía, telecomunicaciones, plásticos, retail, maquinarias y network marketing. Es coach ontológico y actualmente colabora con personas y equipos en la determinación de identidad, metas, propósito, plan de vida y negocios. Comprometido con Sonia Penayo, quien es Contadora Pública Nacional, con certificación de la International Coach Federation y se desempeña como analista en el sector banca y finanzas. Ambos aman y siguen el modelo de liderazgo de Jesús y aplican herramientas de coaching en la enseñanza de la palabra. Para solicitar sesiones de coaching y conversaciones podés contactarnos en coachingyproposito@gmail.com
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