"Y un día señalado, Herodes, vestido de ropas reales, se sentó en el tribunal y les arengó. Y el pueblo aclamaba gritando: !!Voz de Dios, y no de hombre! Al momento un ángel del Señor le hirió, por cuanto no dio la gloria a Dios; y expiró comido de gusanos." (Hechos 12:21 al 23)
En todo lo que haga, si verdaderamente he muerto a mí mismo, soltando falsas y momentáneas seguridades de este mundo, intentaré manifestar la gloria de Dios habitando en mí.
El aspecto exterior no provoca cosas perdurables, sólo impresiones momentáneas. La superficialidad deja al descubierto un corazón caído cuando ni bien se la raspa un poquito. La integridad en cambio permanece como tal hasta la última partícula.
He decidido voluntariamente someterme al moldeo constante de Dios para que mi interior más íntimo, mi ser fundamental, aunque al principio sea pequeño, al menos sea de una sola pieza, para convertirse en una roca, más sólida que brillante quizás.
Cualquier cosa que pueda llegar a declarar un hombre seguramente caerá en el olvido, porque tiene raíz de ego, inflado con el poder circunstancial, hinchado por las adulaciones.
La palabra de Dios en cambio seguirá creciendo y creciendo, atravesando tiempo y distancias, venciendo argumentos, filosofías, emociones, modas y criterios sin sustento de principios.
La fuente hace la diferencia. Lo que proviene de Dios tiene el propósito imparable de la fructificación.
Cada acción de la vida debería estar precedida de la suficiente meditación en que si está alineado a las intenciones de Dios, si está escrito en su palabra. Sino, tiene destino de muerte.
Si emprendiera algo en contra de su perfecta voluntad, será todo costoso, doloroso, cuesta arriba, hasta morir de inanición y olvido.
Lo que está armónico y aprobado por Dios generalmente es para involucrar enriqueciendo a multitudes, para bendición en crecimiento, que hace madurar el carácter, en las que el dinero es una herramienta maleable para multiplicar y no para acumular, que involucra a familias y no a proyectos individuales.
Para que algo fructifique, tiene que tener origen en una semilla, y la semilla mas poderosa es la palabra de Dios.
Si uno se convierte en sembrador de ella tendrá recompensa y cosecha abundante. Empezando en esa primera tierra que es uno mismo.
No hay garantías de que sea una tarea fácil esa siembra, porque el entorno quizás trate de arrebatar, ahogar o ignorar para que no de frutos y deje en evidencia a follaje que no da.
Pero la recompensa vendrá en su tiempo perfecto, y el que trabaja, y produce, administrando con diligencia y actitud de servicio, será recompensado con más asignaciones y más autoridad.
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