Los ojos se niegan a ocultar el alma. Un alma desnutrida, sin fe, tiene ojos tristes, apagados, avergonzados. Hasta los párpados, como pesadas cortinas de un viejo teatro tratan de esconder la mirada herida, temerosa, soberbia. Ojos que de mala gana apenas perciben lo natural y material. Lo material siempre es viejo, porque viene mucho, pero mucho más tarde que una visión.
Un alma con fe en cambio, tiene ojos en llamas, que produce, imagina, diseña, crea, crece, corre riesgos, persiste, ve a través de la materia, tuerce lo rectilíneo, perfora y penetra la sobrenaturalidad del universo superpuesto que nos influye. Un alma con fe tiene oídos sensibles a las cuerdas del tiempo y el espacio.
Hoy entiendo que el alma que no se relaciona con Dios, salvo por determinados lapsos en prisión de contradicciones, presiente la libertad, como leves parpadeos de nostalgia por el futuro. Le cuesta mucho esfuerzo el optimismo con respecto a la humanidad. Definen por penales las decepciones y las reservas afectivas.
Todos los días de antes fueron un punto de partida desarticulados desde cero. Garabateo en el papel, coronando una leyenda: "las miradas deberían ser más profundas, corro el riesgo de no ser descubierto".
Quietud en la atmósfera, silencio previo a la ejecución de una nota importante. ¿Qué? Nada.
Quizás una hoja en blanco dispare un misil de entusiasmo suficiente para sostenerme en lo que queda del día. Ha cesado la lluvia, tan repentina como cuando empezó. Abro la ventana y siento la suave brisa nocturna, que trae consigo olor a tierra mojada. Cierro los ojos, y con una profunda inspiración trato de retratar en mi mente recuerdos de niño. No quiero el peso de tantas cosas sobre mis hombros, tan trabajados, tan cansados.
Late una reconfiguración dramática de los sucesos del universo. Otra vez ¿qué?
La lapicera deja de funcionar, busco en el cajón del escritorio otra, y me topo con un cartón amarillento, siempre estuvo allí, nunca antes tan insolente, correspondía que esté en fondo, pero se puso por sobre las demás cosas. Obsequio de un mendigo en el semáforo. La tinta de las letras parecían flotar con una leyenda: " En El estaba la vida, y La vida era la luz de Los Hombres". (1)
Tanta búsqueda, tanto indagar, tanta voltereta filosófica, y un versículo tan simple que venía a llenar arrollador, toda grieta, todo vacío en un instante.
Hoy los colores no son sólo sus superficies, son capas, dimensiones, texturas, luces, brillo. Hoy las personas no son sólo su apariencia, puedo percibir su esencia y hasta intuir sus historias, puedo llegar a amarlas aún sin conocerlas. .
Creía que había visto y vivido todo, atrapado en un aplanamiento emocional sin capacidad de sobresaltos, aunque quisiera. Salvado, la vida, la luz de los hombres puso la semilla en mi alma, de la fruta intensa del amor y la paz permanente.
(1) La biblia. Libro de Juan capítulo 1 versículo 4
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