¿Cómo ser lleno de tu poder, completamente sano tanto en cuerpo, como en pensamientos y emociones?
¿Cómo vivir maravillado, por ser testigo de lo que hace Jesús?
¿Cómo ver realmente ese Reino de los Cielos que me mandas a anunciar?
¿Cómo ser alguien que cuenta un testimonio real de lo que vio y oyó con respecto al Reino, sin ser un teórico que cuenta testimonios o teología de otros?
¿Cómo ser un experimentado en los milagros?
La palabra hoy me manda a
Anunciar la esperanza de la resurrección de Cristo como fundamento de toda vida nueva.
Proclamar la buena noticia de que nosotros también resucitaremos.
Permanecer imperturbable ante las persecuciones y amenazas de los enemigos de esta esperanza que nos hace libres.
Estar bajo autoridad y cobertura del Espíritu Santo, disponible para sus propósitos.
Hacer de Jesús el fundamento y la piedra angular de mi filosofía de vida.
Hablar y enseñar con Jesús como centro del mensaje, temiendo reverentemente a Dios siendo libre de la opinión de los hombres.
¿Qué voy a tener?
Escudo y respaldo de Dios. La plenitud del Espíritu Santo, con inspiración que viene de El, sabiduría y valor para proclamar la verdad, el conocimiento y la justicia de Dios.
Hechos 4Traducción en lenguaje actual (TLA)
Pedro y Juan hablan ante la Junta Suprema
4 Pedro y Juan estaban hablando todavía con la gente cuando se acercaron algunos sacerdotes y saduceos, y el jefe de los guardias del templo. 2 Estaban muy enojados porque Pedro y Juan enseñaban que los muertos podían resucitar, así como Jesús había sido resucitado. 3 Entonces apresaron a Pedro y a Juan; pero como ya estaba anocheciendo, los encerraron en la cárcel hasta el día siguiente.
4 Sin embargo, al escuchar el mensaje que daban los apóstoles, muchos creyeron en Jesús. Ese mismo día, el grupo de los seguidores de Jesús llegó como a cinco mil personas.
5 Al día siguiente, la Junta Suprema se reunió en Jerusalén. En la Junta estaban los líderes del país, con sus consejeros y los maestros de la Ley. 6 Allí estaba Anás, que era el jefe de los sacerdotes, junto con Caifás, Juan, Alejandro y los otros sacerdotes principales. 7 Pedro y Juan fueron llevados a la presencia de todos ellos, los cuales empezaron a preguntarles:
—¿Quién les ha dado permiso para enseñar a la gente? ¿Quién les dio poder para hacer milagros?
8 Entonces Pedro, lleno del poder del Espíritu Santo, les dijo a los líderes y a sus consejeros:
—Señores, 9 ustedes nos preguntan acerca del hombre que estaba enfermo, y que ahora está sano. 10 Ustedes y toda la gente de Israel deben saber que este hombre está aquí, completamente sano, gracias al poder de Jesús de Nazaret, el Mesías. Ustedes ordenaron que a Jesús lo mataran en una cruz, pero Dios lo ha resucitado. 11 Ustedes han actuado como los constructores que rechazaron una piedra, y luego resultó que esa piedra llegó a ser la piedra principal que sostiene todo el edificio. 12 Sólo Jesús tiene poder para salvar. Sólo él fue enviado por Dios, y en este mundo sólo él tiene poder para salvarnos.
13 Todos los de la Junta Suprema se sorprendieron de oír a Pedro y a Juan hablar sin ningún temor, a pesar de que eran hombres sencillos y de poca educación. Se dieron cuenta entonces de que ellos habían andado con Jesús. 14 Y no podían acusarlos de nada porque allí, de pie junto a ellos, estaba el hombre que había sido sanado.
15 Los de la Junta ordenaron sacar de la sala a los acusados, y se pusieron a discutir entre ellos. 16 «¿Qué vamos a hacer?», se decían. «No podemos acusarlos de mentirosos, pues lo que hicieron por ese hombre es realmente un milagro, y todos en Jerusalén lo saben.»
Otros decían: 17 «Debemos impedir que lo sepa más gente. Tenemos que amenazarlos para que dejen de hablar del poder de Jesús.»
18 Así que los llamaron y les ordenaron:
—No le digan a nadie lo que ha pasado, y dejen de enseñar a la gente acerca del poder de Jesús.
19 Pero Pedro y Juan les respondieron:
—Dígannos, entonces: ¿debemos obedecerlos a ustedes antes que a Dios? 20 ¡Nosotros no podemos dejar de hablar de todo lo que hemos visto y oído!
21-22 Los jefes de la Junta Suprema les advirtieron que tenían que dejar de hablar de Jesús. Luego los soltaron, porque no podían castigarlos, pues todo el pueblo alababa a Dios por haber sanado milagrosamente a ese hombre, que tenía más de cuarenta años de edad.
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