Algunas veces he sido asaltado en forma abrupta por los problemas en mi somnolienta transparencia del fluir automático y diario ¡Gracias a Dios por los problemas! Me han despertado y salvado de ir directo a una caída en cascada porque estuve obligado a diseñar estrategias, correcciones, expandir mi imaginación, trabajar en equipo y aprender pedir ayuda. Los problemas son pruebas que obligan a descubrir mis nuevos niveles de fe, y la fe va produciendo paciencia, tan necesaria para caminar los rumbos de nuestros propósitos disfrutando de la experiencia maravillosa de vivir.
Luego del tránsito de ese circuito que parte desde las pruebas y los problemas hasta haberlos sorteado, nada se compara a la alegría de haberme dado cuenta de cuánto he crecido y aprendido en ese proceso.
Cuando entendí que cada situación fue preparada por Dios para ir puliéndome, he tomado los problemas como desafío, y que son desafíos a los que estoy a la altura, me convienen enfrentarlos y superarlos ahora, porque si me rindo o los esquivo, volverán una y otra vez esas lecciones hasta que aprenda.
Y siempre la moraleja ha sido a misma: no es con mis fuerzas ni preocupándome, sino confiando en que mis habilidades se potencian cuando le pregunto a Dios cómo usarlas, en qué tiempo y qué me quiere mostrar.
Si un problema me parece demasiado grande, es porque en mi tiempo de paz no he crecido yo lo suficiente, me he relajado y dormido mucha siesta en mi zona de comodidad.
Una vez determinado a enfocarme en mi meta y propósito, debo estar atento para distinguir dos factores que aparecen en ese andar, que suelen parecerse a veces, pero uno me hunde, el otro me eleva.
Por un lado están las tentaciones, que son cebos, impulsos, incitaciones, sugestiones, embaucamientos, seducciones, fascinaciones, que suelen producir un falso placer momentáneo, y que producen como resultado el desvío o el retraso en el andar que ya me había determinado en meditación y conciencia. Estos cebos pueden tener un costo muy alto. Tienen su origen en raíces de malezas en un corazón aún débil, inmaduro y no sincero.
Por otro lado están las pruebas. Estas fueron puestas para crecer, para aprender, para afirmar mi carácter e indagar en el propósito de mi vida. El carácter, al como la plata, se forja en el fuego, y se va depurando hasta que desaparezca la escoria. Y la actitud, como una semilla, que pretenda dar frutos abundantes con raíces profundas y tronco fuerte, deberá ser blando, de lo contrario se quebrará, no germinará brote alguno.
Tendré presente que puede aparecer dolor, pero no podrá permanecer el rencor. Deberé sustituir el odio por entendimiento, el miedo por educación, porque el miedo es producto de la ignorancia; porque buen líder de sí mismo va más allá, junta fe con discernimiento para obtener una buena visión, sabiendo que el fracaso es sólo una demora del éxito; y la persistencia es el entrenamiento del coraje y el hábito de la victoria; y la excelencia es un hábito y no un logro. Entendiendo que la felicidad no es la posesión de algo, sino la alegría del logro y por la emoción el proceso creativo en el que fui construyendo una mejor versión de mí mismo.
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