El ser humano es adicto al reconocimiento. Anhela ser popular, amado, temido y respetado. Aún cuando dice que sirve a Dios.
Hay que ser muy valiente como para arriar las banderas del ego y el alto perfil, para ponerse humildemente con un corazón y un comportamiento dispuesto a ser un instrumento anónimo con el único motivo de glorificar a Cristo.
Un buen creyente no necesita status, ni cargos, ni las posiciones que ofrecen los sistemas del mundo.
Los sistemas están corruptos. No olvidemos que en la elección democrática que postularon a Jesús, el pueblo votó abierta y ampliamente por Barrabás.
Sólo necesita el acuerdo y el respaldo del Espíritu Santo para manifestar la influencia de salvación que trae el reino a la tierra.
Dar, orar, ayunar para ser visto por los demás, promueve la gloria personal. Así también como la pomposidad, la publicidad del éxito personal y la iglesia como espectáculo o diversión.
Jesús enseñanos y danos la suficiente valentía como para ser humildes.
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